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La contracción del músculo se debe a los cambios de conformación de las proteínas contráctiles de la célula o fibra muscular. Éste necesita de la presencia de calcio, y así consume energía. A su vez, la energía provee de la degradación de una molécula llamada adenosina trifosfato o ATP, que actúa como un combustible con nuestro organismo.
De esta premisa deducimos por lógica que a mayor fuerza en la contracción muscular, así también será mayor el consumo de ATP por unidad de tiempo.
En las fibras musculares hay una pequeña reserva de energía que es renovada por tres vías metabólicas, que aseguran la producción suficiente de ATP.
La primera vía es transitoria y degrada la proteína rica en energía, almacenada en pequeña cantidad y capaz de restituír los niveles de ATP. Esta energía es la que se abastece mayormente de los esfuerzos breves, violentos y bruscos.
El ATP se produce con más duración por la segunda vía, a partir de la glucosa y del glucógeno. Éste último es almacenado en el músculo e hígado. Así se provee energía para los esfuerzos de duración intermedia, como puede ser (a modo de ejemplo) una carrera de 400 metros.
Esta vía de abastecimiento se termina en aproximadamente cuarenta segundos si el ejercicio es demasiado intenso.
Por ende, en los esfuerzos de larga duración, el músculo recibe la energía de la tercera vía, mucho más duradera y aeróbica, y que consiste en la oxidación del ácido pirúvico, y de ácidos grasos en las mitocondrias, que son pequeñas usinas celulares.
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